A las 4 de la mañana el silencio
se adueñaba una vez más de aquel pueblo, su tranquilidad era perturbadora, a
veces daba miedo, pues era increíble tanta calma, realmente nunca habían tenido
una razón para alterarse, lo único que corrían por las calles de San Juan eran
los chismes propios del lugar, de los matrimonios que allí se contraían o de si
alguien iba a profetizar en otra tierra, pero ahí estaba Alicia con el corazón
acelerado, llevaba dos semanas sin dormir, solo esperando una llamada que le
calmara su angustia, ya habían pasado
quince días desde que Carlos partió con la ilusión de algún día volver para
extender los brazos y recibir el abrazo con el que su mamá le diría una vez más
lo orgullosa que estaba de él. –Te llamo cuando llegue a la ciudad–, dijo
Carlos con la voz quebrada, dejando a una Alicia consumida por la esperanza y
el vacío en su alma, la llamada ha tardado más de lo previsto, ha demorado
tanto que no se ha hecho.
Madre e hijo eran uno solo, por
eso cada hora que pasaba en esa casa Alicia era atacada por la soledad, las
tardes de aquel mes de mayo del 2005 ya no eran lo mismo, cada rincón de la casa era
consumido por el silencio, miraba el teléfono constantemente, repetía esta
acción al menos seis veces en una hora, pero no, los días pasaban y solo quedaba
el anhelo de volver a ver a Carlos entrar por esa puerta donde tantas veces lo
recibió, cada vez más grande hasta que se hizo el hombre de su vida, el que le
robaba las sonrisas aliviando el dolor que había dejado la muerte de su esposo.
Aquel viernes sentada en la sala observaba aquella foto en la que eran tres, una
imagen en la que no existía rastro alguno de angustia, –Tal vez sigamos siendo
tres, porque mientras el recuerdo perduré nadie ha muerto en el corazón del
otro–. Se dijo a sí misma. Un esposo arrebatado por la guerra y un hijo
desaparecido dejaban que las lagrimas se deslizaran por su rostro, alimentando
cada día el desespero de una madre que lo único que esperaba a cambio después
de años de sacrificio es que su hijo se encontrara a salvo.
Llegó junio, la casa aún mantenía
como el día en que Carlos la dejó, Alicia quería que él no notará ningún
cambio, ni como su ausencia acababa con la paciencia que siempre caracterizó a
su mamá, todo permanecía limpio pues su quehacer le ayudaba a calmar sus hondas
horas de dolor, pero ahí en su cabeza la imaginación cada día era más
dramática, solo esperando por una tragedia que aunque cruel terminaría con la
espera insensata de lo que ya no tenía vuelta atrás, Alicia no volvió a salir
de la casa, los vecinos comentaban que se había vuelto loca, otros decían que
la ida del hijo le había afectado lo que a su edad era normal, pero nadie
imaginaba que allí en la segunda casa de la cuadra principal del pueblo se
encontraba una Alicia que cada día daba un paso más cercano a su muerte,
ella prefirió un silencio, uno de esos mortales.
El sonido de un disparo invadió
aquella habitación, Carlos cayó al suelo despojándolo de todo lo que lo ataba
al mundo terrenal, Alicia soltó aquella foto quebrando el portarretrato, un
dolor en su corazón le avisó lo que en su instinto de madre siempre supo que su
hijo había sido atrapado por manos ajenas y lo que tantas noches se negó lo vio
claro, todo se puso negro, cuando Alicia abrió los ojos detalló a Carlos y esa
sonrisa ausente apareció.
-¿Oíste mamá el nuevo chisme del
pueblo?-. Dijo Carlos sonriendo.
-No, ¿qué dicen?-. Contestó Alicia.
-Que
andamos muertos-.
-La gente ya no sabe que más decir, vamos a buscar a tu papá-.
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